Cuando en nuestra vida ocurre algún cambio importante o inesperado: el nacimiento de un hijo, un divorcio o separación de la pareja, la pérdida de un ser querido, una mudanza, emigrar, un cambio laboral, la llegada de una pandemia… la ansiedad aflora y empiezan a aparecer signos físicos, cognitivos y emocionales, ya que nuestro Sistema Nervioso se somete a un nivel de activación inusual.
El cuerpo y la mente están preparados para asumir un cierto nivel de ansiedad. Incluso, hasta una cierta medida, se considera adaptativa, como un recurso para la supervivencia y la adaptación de situaciones complejas puntuales.
Sin embargo, cuando este estado de ansiedad se alarga en el tiempo, nuestro estado físico, psíquico y emocional dan paso a una serie de conductas que no podemos controlar ni evitar y que nos llevan a experimentar lo contrario a lo que pretendemos: ni control ni bienestar. Lo que a su vez nos causa más ansiedad y entramos en bucle! Vamos a ver cómo salir.
Ansiedad: síntoma de la batalla entre el deseo y el deber
Conocemos la lucha interna que existe en todos nosotros que enfrenta nuestros deberes con nuestros deseos. Los deberes definidos por nuestro entorno, por la sociedad, podemos decir que están allí antes de que hayamos nacido y los vamos asumiendo progresiva y naturalmente hasta que pasan a formar parte de nuestra realidad, de nuestra vida y de nuestra creencia de cómo deben ser las cosas. Por una parte esto nos ayuda a adaptarnos a nuestra sociedad, grupo, familia o cultura, pero en ocasiones implica dejar de lado nuestros deseos.
Tenemos la tendencia de relegar nuestros deseos en la medida que éstos se contraponen a nuestros deberes, ya que socialmente se apoya que: el deber es lo primero, el placer después. De esta forma, vamos dejando de prestar atención a nuestras necesidades, instintos o deseos, tal y como lo hacíamos naturalmente en la infancia: de forma inmediata, espontánea y sencilla.
La ansiedad aparece cuando estas dos facetas entran en conflicto de forma clara. Nuestra necesidad nos demanda, mientras que nuestro deber nos reprime. Por ejemplo: no pedimos ayuda para no mostrar nuestra debilidad, no expresamos lo que pensamos o sentimos realmente, no mostramos que necesitamos afecto o apoyo, sacrificamos nuestros planes o intereses por complacer a los de la familia o amigos…
La ansiedad como un aviso para escuchar
La ansiedad en sí no es un mal en sí mismo, sino un síntoma, una alarma que se dispara para que pongamos nuestra atención en un proceso que sí nos está perjudicando.
Nuestros deberes y deseos se enfrentan entre sí y es aquí cuando la ansiedad nos invade porque no hacemos lo que deseamos, ni deseamos lo que debemos hacer.
La lucha por evitar el dolor nos genera sufrimiento y es justo en la batalla por alejarnos del síntoma de la ansiedad lo que más nos acerca, paradójicamente, al malestar y al sufrimiento.
No se trata de acallar el síntoma por ser desagradable, sino más bien de dejar de evitarlo, de escucharlo, para así poder discernir qué deseo o necesidad no estamos atendiendo.
Las ganancias de armonizar deseo y deber, nos hace convivir positivamente con la ansiedad, nos hace resilientes y más flexibles para vivir los cambios constantes que se van dando en nuestra vida.
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