Llevamos un año en el que se ha escabullido una invitada que no esperábamos: la pandemia. Han sido tiempos en los que socialmente nos estamos enfrentando a muchos cambios y diversas pérdidas: muerte de seres queridos, de trabajos, de la vida que llevábamos, de las rutinas, separaciones familiares, de parejas, incluso podríamos hablar de una muerte simbólica de nuestra fantasía de tener todo “bajo control”. Por ello, consideramos que es importante que aprendamos a lidiar con las pérdidas, a relacionarnos desde otro lugar con ellas.
Durante nuestra vida vamos perdiendo muchas cosas y cada cosa que perdemos supone un impacto y las consecuencias que este impacto va a tener en nuestras vidas son muy difíciles de prever. La muerte y las pérdidas activan un freno de emergencia en nuestro estar cotidiano. Las personas damos por hecho muchas situaciones de nuestras vidas: que el sol saldrá cada mañana, que la luz estará disponible para nosotros al encenderla, que nuestra casa estará siempre en su sitio y que las personas que amamos, aunque las sabemos mortales, estarán a nuestro lado aunque sea en la distancia.
Cuando nos llega la noticia: “ha muerto”, “no podemos mantenerte en el equipo de trabajo”, “mejor dejemos la relación aquí”, todo en nuestro mundo se detiene. Ese es el primer estado con el que nos conectamos: con el shock.
“La elaboración del duelo significa ponerse en contacto con el vacío que ha dejado la pérdida de lo que no está, valorar su importancia y soportar el sufrimiento y la frustración que comporta su ausencia.”
Jorge Bucay
Luego, miles de factores empiezan a influir en cómo va a ser el impacto sobre nuestras emociones, así que es importante aclarar que cada persona puede reaccionar frente a la pérdida de manera distinta. Lo que sí es común para todos, es la necesidad que nos presenta la situación de confrontarnos con la ausencia. El vacío se hace presente y esto nos desconcierta. Eso que siempre estaba ahí, ahora no está. Un terapeuta amigo lo compara con el desconcierto que supone, por ejemplo, ir al Centro de Barcelona y que la Rambla que ayer estaba allí hoy no estuviera.
El dolor es inevitable y puede manifestarse con distintos grados de intensidad: tristeza, apatía, insomnio, astenia, falta de apetito, labilidad afectiva, dificultades de concentración, ruptura de relaciones sociales, ansiedad.
El dolor por la pérdida se convierte en sufrimiento y nos deja impotentes frente al vacío. Y muchas veces sucede que de alguna manera intentamos retener a la persona o a la situación que hemos perdido y nos aferramos al duelo, bloqueando el proceso en sí mismo.
Muchas veces nos encontramos con que personas cercanas nos dicen frases de “consuelo” como: “no es el fin del mundo”, “hay que seguir adelante”, “hay que superarlo”. Y esto, a la persona que ha vivido la pérdida le resulta mucho más doloroso y confuso de escuchar pues conecta con una lucha interna entre: “lo que los demás esperan de mí” y “mi vivencia real”.
Por ello, un paso importante es dejar que las cosas se muestren como son: el dolor duele, el que nos quiera comprender lo sabe. Es importante que sepas que:
- El dolor no desaparece de un día para otro.
- Quien quiera ayudarnos y acompañarnos estará a nuestro lado el tiempo que sea necesario.
- El dolor no se escoge, quien quiera apoyarnos no nos exigirá que no lo sintamos.
En el proceso de duelo, volveremos sin prisa pero sin pausa a:
- Conectar con las personas queridas que nos rodean.
- Conectar de nuevo con lo que nos gusta, con lo que disfrutamos y con nosotros mismos.
- A poder ser en primer lugar, siempre merecedores de nuestra propia comprensión, paciencia y estima.
- Y, con el tiempo podrás recomponerte y seguir en la vida, con todo lo que ello implica.
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